CAPITULO I
Estoy cansado de la soledad que me
produce la inmortalidad, mi decisión de escabullirme como mortal en la tierra
para buscar peleas y tomar mujeres, es lo más sensato en este momento.
-¿A dónde vas?-
Escucho, con una voz firme pero pasiva
que reconozco de inmediato.
-¿Qué quieres Atenea?-
Pregunto con una estruendosa voz mientras
camino a través del salón para aplacar mi ira.
Hago temblar los paneles de oro que
cubren la sala y percibo el movimiento de las sillas de oro de los tres grandes
que se encuentran en el púlpito fuera del círculo que forma el salón.
-¿Quiero saber a dónde te diriges?-
Respondió con la misma serenidad.
Me aproximo rápidamente, pensando en
acabar con ella, estrangulándola hasta morir.
¡Si pudiera!
Me coloco tan cerca que puedo respirar su
aliento y con una tenue voz le digo:
-No es de tu incumbencia hermanita-
Me empuja tan fuerte como dispone la situación,
ya que parece una discusión privada y veo la ira dentro de sus ojos azules.
-No somos hermanos-
Dice apretando los dientes.
-Lamentablemente lo somos, desde que mi
padre se tragó a tu madre-
Digo con una pequeña sonrisa en mi rostro
mientras retiro mis armas.
Está furiosa, aprieta sus puños, puedo
sentir sus ganas de atacarme.
-Solo quiero que seas más prudente a la
hora de ir al mundo humano, además creo que tus palabras ofensivas hacia mí no
son más que ira porque no has podido vencerme en batalla-
Dice intentando burlarse mientras camina
a mí alrededor, en el centro del salón.
-No perderé mí tiempo contigo-
Digo y me dirijo a la salida del Olimpo.
Con un chasquido de mis dedos cambio mi
ropa; ya no visto con el chitón y el himation, en su lugar llevo unos jeans
negros, una camisa azul y una chaqueta negra. Puedo ver mi reflejo en las
paredes de oro, detesto esta ropa. Y los zapatos me oprimen los pies, no
entiendo porque dejaron de usar sandalias, los mortales son estúpidos.
Antes de salir giro para mirarla y le
digo.
-Y búscate un esposo-
Fue lo último que le dije antes de
escuchar sus gritos de furia y un ligero temblor en la tierra. No es tan pasiva
y savia después de todo.
Voy al Carioca de Gema, me gusta ver a
las chicas bailar en este bar, además en Río de Janeiro hay mujeres lindas y
hombres buscando pelea, es el paraíso.
Me siento en la barra y pido lo de
siempre, una botella de vino, siento el líquido rozar mi lengua y bajar por mi
garganta.
El vino es como la guerra, ha cambiado
después de tantos años. Mismos objetivos y mismos resultados, el cambio lo tuvo
el hombre. No defiende su honor en la guerra, no tiene palabra y jamás se
rinde. Como habrá un ganador si nadie se rinde.
Mientras contemplo el brillante dorado de
la decoración con mesas redondas y una pequeña tarima, todo hacinado por el
pequeño espacio recuerdo que, el asqueroso aroma humano opaca mi esencia de
Dios, me tranquilizó y dejo la reflexión para después.
Percibo un aroma diferente, una esencia
que me atrae como los hombres a Afrodita. Es tenue. Hasta que la veo, es una
hermosa mujer. Entra al bar sin mirar a nadie, se acerca a la barra y se sienta
a tres puestos de mí. Pide vodka. No puedo dejar de mirarla, sus llamativos
labios rojos que combinan perfectamente con su vestido dorado se posan en el
vaso y percibo como la bebida cruza su garganta.
Siento que el fuego de mi cuerpo crece
mientras la observo, es la humana más deseable del lugar. Sus piernas cruzadas
me permiten ver el liguero negro que sostiene una daga, cosa que no me
impresiona pero me cautiva. Tiene el cabello negro y largo que enmarca su
rostro perfectamente.
Me acerco lentamente por detrás, retiro
su cabello con mi mano para hablarle al oído pero ella se adelanta al decirme.
-No me toques-
Retiro mi mano con sorpresa y me aparto
un poco.
Se gira despacio y siento sus grandes y
profundos ojos castaños en mí.
-¿Qué quieres?- me pregunta pausada.
-Acompáñame-
Le digo con una pequeña mueca que parece
sonrisa, sé que vendrá, ninguna humana se resiste a la belleza celestial.
-No, gracias no eres tan apuesto-
Me dice seria, luego se levanta de la
silla y camina a la salida.
La ira me invadie por completo, quiero
tomarla por la fuerza pero la observo y la cadencia de su caminar me embriaga.
Termino mi trago de un sorbo para darle tiempo e interceptarla afuera del bar
sin que nadie sospeche.
Al salir percibo que el asqueroso olor
humano se dispersa con la brisa, y la noche con la luna llena me ilumina
perfectamente. Busco a la mujer y me siento invadido por un sentimiento de
desesperación que atraviesa mi cuerpo como un rayo cálido, electrificando mi
ser.
-No está- digo en voz alta.
Miro en todas direcciones pero no la veo,
la ira me llena, la siento fluir por mi cuerpo.
¡¡¡Como pudo burlarme una simple
mortal!!!
Con un movimiento de mi mano aparece mi
cuadriga de oro con cuatro caballos negros que respiran fuego, responden a mi
ira con furia. No me importa si las personas lo notan por no ser de la época,
han pasado 2000 años pero la guerra sigue siendo la guerra y yo soy el Dios del
exterminio.
-La buscare desde el Olimpo y la tomare
por la fuerza, nadie se burla del gran Ares, hijo de Zeus y Hera-
Subo a la cuadriga y me encamino al
palacio del Olimpo, al llegar con algarabía distingo a mi padre con el rayo en
la mano, a su lado esta Atenea. Se encuentran en la sala del consejo, desde ahí
pueden ver el mundo humano.
-Seguro me vigilan- digo solo para mí
mientras me acerco caminando rápidamente
por la pasarela que comunica el corral
al salón, sin decir una palabra me acerco al espejo de agua en el centro.
Es el único objeto blanco en el centro
de la sala, parece una especie de fuente por la cual podemos ver el mundo
humano e intervenir, ya que desde que se estableció la ley de no ir al mundo
humano es el único medio de comunicación.
Con una voz casi imperceptible Zeus le
pide a Atenea que nos deje a solas, el percibe mi ira y quiere investigar.
Escucho sus pasos tras de mi acercándose,
hasta que se detiene a mi lado, hay unos segundos de silencio que me
permiten realizar mi búsqueda.
- ¿Que sucede hijo? ¿Que buscas con tanto
ahínco o a quién?- me dice con tono de preocupación.
Al salir percibo que el asqueroso olor
humano se dispersa con la brisa, y la noche con la luna llena me ilumina
perfectamente. Busco a la mujer y me siento invadido por un sentimiento de
desesperación que atraviesa mi cuerpo como un rayo cálido, electrificando mi
ser.
-No está- digo en voz alta.
Miro en todas direcciones pero no la veo,
la ira me llena, la siento fluir por mi cuerpo.
¡¡¡Como pudo burlarme una simple
mortal!!!
Con un movimiento de mi mano aparece mi
cuadriga de oro con cuatro caballos negros que respiran fuego, responden a mi
ira con furia. No me importa si las personas lo notan por no ser de la época,
han pasado 2000 años pero la guerra sigue siendo la guerra y yo soy el Dios del
exterminio.
-La buscare desde el Olimpo y la tomare
por la fuerza, nadie se burla del gran Ares, hijo de Zeus y Hera-
Subo a la cuadriga y me encamino al
palacio del Olimpo, al llegar con algarabía distingo a mi padre con el rayo en
la mano, a su lado esta Atenea. Se encuentran en la sala del consejo, desde ahí
pueden ver el mundo humano.
-Seguro me vigilan- digo solo para mí
mientras me acerco caminando rápidamente
por la pasarela que comunica el corral
al salón, sin decir una palabra me acerco al espejo de agua en el centro.
Es el único objeto blanco en el centro
de la sala, parece una especie de fuente por la cual podemos ver el mundo
humano e intervenir, ya que desde que se estableció la ley de no ir al mundo
humano es el único medio de comunicación.
Con una voz casi imperceptible Zeus le
pide a Atenea que nos deje a solas, el percibe mi ira y quiere investigar.
Escucho sus pasos tras de mi acercándose,
hasta que se detiene a mi lado, hay unos segundos de silencio que me
permiten realizar mi búsqueda.
- ¿Que sucede hijo? ¿Que buscas con tanto
ahínco o a quién?- me dice con tono de preocupación.
Siento que la ira me invade cada vez más
al no encontrarla, el calor que emana de mi piel es tan fuerte que me quema la
ropa. ¡¡¡Mi ropa!!!
Luego tome conciencia de mi error, aún
estoy vestido como un mortal, quebrante la ley y no tengo excusa ni voz para explicarle al gran Zeus porque lo
hice.
Por un momento la ira se desvaneció pero luego el recuerdo de esa mortal llego a mi mente y el fuego dentro de mí crecio sin piedad.
Al estar de frente a Zeus después de varios minutos en silencio a sus preguntas. Apretando los puños decido retirarme a mis habitaciones, necesito pensar en cómo la encontrare, ya que mi primer intento fue desafortunado.
Por un momento la ira se desvaneció pero luego el recuerdo de esa mortal llego a mi mente y el fuego dentro de mí crecio sin piedad.
Al estar de frente a Zeus después de varios minutos en silencio a sus preguntas. Apretando los puños decido retirarme a mis habitaciones, necesito pensar en cómo la encontrare, ya que mi primer intento fue desafortunado.
Antes de retirarme escucho las palabras
que Zeus me dedica apacible sin acercarse
-Ares, has bajado al mundo mortal y has
quebrantado la ley decretada por mí, mereces un castigo impuesto por el consejo
del Olimpo. Pero eres mi hijo legítimo, el único que reinará en mi ausencia y
estoy seguro que las razones que has tenido para ser irreverente no cambiaran
ni cesaran con un castigo. Tu ira te ciega y temo que el destino será el que te
obligara a abrir los ojos ante la realidad, el mundo no gira alrededor de ti
hijo-
Luego se retiró y quede solo, me siento
aplastado por las paredes de oro y las palabras de mi padre. Me perturba que
Zeus allá bajado la guardia, que ya no sea el petulante que solía ser y sobre
todo que acepte que yo tomare su lugar tarde o temprano.
Me retiro a mi habitación, mis pensamientos
pasan de las palabras de mi padre al recuerdo de la humana.
Contemplo el amanecer después de una
larga noche de pensamientos difusos desde mi habitación, me siento confundido
por primera vez en cientos de años. Es absurdo que una humana cause ese efecto
en mí.
En la Mañana cuando ha salido el sol
completamente, Hermes aparece en mi ventana para decirme que hay una reunión en
la sala del concejo. Me coloco el himation para salir (es obligatorio usarlo en
estas reuniones). Antes de entrar percibo las voces de los dioses, siempre
discutiendo. Me paralizo a mitad del pasillo al escuchar mi nombre, me reclino
en una columna y presto atención a lo que dicen.
Escucho difícilmente entre tantas voces,
Afrodita me defiende ante las palabras de Atenea que me hunden hasta lo más
profundo del océano, Zeus se encuentra en
silencio, Hades quiere aplicar el castigo más severo y Poseidón lo
contradice. Al fin entiendo por qué discuten, es más que obvio que les molesta
las libertades que me da Zeus. Además Atenea les dijo a todos que fui al mundo
mortal ya que no obtuvo resultado con mi padre.
Mi cuerpo siente ira en contra de Atenea
pero la controlo. Camino hasta el salón con la frente en alto, al darse cuenta
de mi presencia hay un silencio sepulcral. Me encuentro de pie en el centro
frente a los tres grandes, por un instante el silencio se mantiene hasta que
Atenea se convierte en mi verdugo preguntándome
-¿Has bajado al mundo mortal?-
Mis pensamientos dan miles de vueltas, la
ira me nubla, las dudas me golpean, y sin pensarlo lo suficiente respondo dejándome
llevar por lo que siento
-Sí, he bajado al mundo mortal-
En ese momento encuentro la respuesta a
mi búsqueda, una escapatoria para deshacerme del problema y hablo con confianza
-He bajado al mundo mortal, no una vez
sino muchas, he abusado de mi poder causando guerras y esparciendo peste sin
ninguna razón, he yacido con humanas formando hijos semi Dioses, he vestido sus
ropas y me he alimentado de sus manjares, en fin he violado las leyes de los
Dioses una y otra vez-
Al terminar mis palabras Poseidón se levantó
de su asiento y señalándome con ira dijo:
-Crees que por ser hijo de Zeus no serás
castigado-
Su rostro incrédulo al escuchar mis
palabras lo sentó nuevamente en el altar
-Si seré castigado con la ley de mi
padre, estaré condenado a una década sin divinidad ni derechos reales, así como
ayuda divina ¿creen que no conozco la ley?-
Todos
estaban atónitos, unos ante mi paciencia otros ante mi irreverencia.
Zeus se levantó de su silla de oro y con
señas hizo que todos se retiraran de la sala; cuando todos se fueron y
estuvimos a solas me pregunto:
-¿Por qué?- con voz desgastada.
No respondí, solo le miraba a los ojos.
-¿Por qué?- pregunto nuevamente alzando
la voz y causando un gran temblor en la tierra.
Cuando se detuvo el temblor tuve la concentración
y decisión para pronunciar las palabras:
-Una
humana-
Los ojos azules de Zeus se abrieron de
perplejidad, tanto que su frente se arrugo como una tela, para luego soltar una
sonora carcajada. Me sentí molesto ante
esta reacción y a la vez confundido.
- ¿Que es tan gracioso?- digo entre
dientes
-¿Que es tan gracioso?- repite el Dios
padre
-Es gracioso que el gran Ares dios de la
guerra, destrucción, y desolación, hijo legítimo de Zeus y la madre tierra, egocéntrico,
todo poderoso y además malcriado sucumba ante una simple mortal- dice entre
risas tratando de calmar su efusividad dándose palmadas en el pecho.
Mientras que mi cuerpo se quema ante las
risas y sarcasmos, aunque muy en el
fondo de mi ser, sé que él tiene razón.
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