jueves, 21 de marzo de 2019

Dioses de la guerra


CAPITULO I
Estoy cansado de la soledad que me produce la inmortalidad, mi decisión de escabullirme como mortal en la tierra para buscar peleas y tomar mujeres, es lo más sensato en este momento.
-¿A dónde vas?-
Escucho, con una voz firme pero pasiva que reconozco de inmediato.
-¿Qué quieres Atenea?-
Pregunto con una estruendosa voz mientras camino a través del salón para aplacar mi ira.
Hago temblar los paneles de oro que cubren la sala y percibo el movimiento de las sillas de oro de los tres grandes que se encuentran en el púlpito fuera del círculo que forma el salón.
-¿Quiero saber a dónde te diriges?-
Respondió con la misma serenidad.
Me aproximo rápidamente, pensando en acabar con ella, estrangulándola hasta morir.
¡Si pudiera!
Me coloco tan cerca que puedo respirar su aliento y con una tenue voz le digo:
-No es de tu incumbencia hermanita-
Me empuja tan fuerte como dispone la situación, ya que parece una discusión privada y veo la ira dentro de sus ojos azules.
-No somos hermanos-
Dice apretando los dientes.
-Lamentablemente lo somos, desde que mi padre se tragó a tu madre-
Digo con una pequeña sonrisa en mi rostro mientras retiro mis armas.
Está furiosa, aprieta sus puños, puedo sentir sus ganas de atacarme.
-Solo quiero que seas más prudente a la hora de ir al mundo humano, además creo que tus palabras ofensivas hacia mí no son más que ira porque no has podido vencerme en batalla-
Dice intentando burlarse mientras camina a mí alrededor, en el centro del salón.
-No perderé mí tiempo contigo-
Digo y me dirijo a la salida del Olimpo.
Con un chasquido de mis dedos cambio mi ropa; ya no visto con el chitón y el himation, en su lugar llevo unos jeans negros, una camisa azul y una chaqueta negra. Puedo ver mi reflejo en las paredes de oro, detesto esta ropa. Y los zapatos me oprimen los pies, no entiendo porque dejaron de usar sandalias, los mortales son estúpidos.
Antes de salir giro para mirarla y le digo.
-Y búscate un esposo-
Fue lo último que le dije antes de escuchar sus gritos de furia y un ligero temblor en la tierra. No es tan pasiva y savia después de todo.
Voy al Carioca de Gema, me gusta ver a las chicas bailar en este bar, además en Río de Janeiro hay mujeres lindas y hombres buscando pelea, es el paraíso.
Me siento en la barra y pido lo de siempre, una botella de vino, siento el líquido rozar mi lengua y bajar por mi garganta.
El vino es como la guerra, ha cambiado después de tantos años. Mismos objetivos y mismos resultados, el cambio lo tuvo el hombre. No defiende su honor en la guerra, no tiene palabra y jamás se rinde. Como habrá un ganador si nadie se rinde.
Mientras contemplo el brillante dorado de la decoración con mesas redondas y una pequeña tarima, todo hacinado por el pequeño espacio recuerdo que, el asqueroso aroma humano opaca mi esencia de Dios, me tranquilizó y dejo la reflexión para después.
Percibo un aroma diferente, una esencia que me atrae como los hombres a Afrodita. Es tenue. Hasta que la veo, es una hermosa mujer. Entra al bar sin mirar a nadie, se acerca a la barra y se sienta a tres puestos de mí. Pide vodka. No puedo dejar de mirarla, sus llamativos labios rojos que combinan perfectamente con su vestido dorado se posan en el vaso y percibo como la bebida cruza su garganta.
Siento que el fuego de mi cuerpo crece mientras la observo, es la humana más deseable del lugar. Sus piernas cruzadas me permiten ver el liguero negro que sostiene una daga, cosa que no me impresiona pero me cautiva. Tiene el cabello negro y largo que enmarca su rostro perfectamente.
Me acerco lentamente por detrás, retiro su cabello con mi mano para hablarle al oído pero ella se adelanta al decirme.
-No me toques-
Retiro mi mano con sorpresa y me aparto un poco.
Se gira despacio y siento sus grandes y profundos ojos castaños en mí.
-¿Qué quieres?- me pregunta pausada.
-Acompáñame-
Le digo con una pequeña mueca que parece sonrisa, sé que vendrá, ninguna humana se resiste a la belleza celestial.
-No, gracias no eres tan apuesto-
Me dice seria, luego se levanta de la silla y camina a la salida.
La ira me invadie por completo, quiero tomarla por la fuerza pero la observo y la cadencia de su caminar me embriaga. Termino mi trago de un sorbo para darle tiempo e interceptarla afuera del bar sin que nadie sospeche.
Al salir percibo que el asqueroso olor humano se dispersa con la brisa, y la noche con la luna llena me ilumina perfectamente. Busco a la mujer y me siento invadido por un sentimiento de desesperación que atraviesa mi cuerpo como un rayo cálido, electrificando mi ser.
-No está- digo en voz alta.
Miro en todas direcciones pero no la veo, la ira me llena, la siento fluir por mi cuerpo.
¡¡¡Como pudo burlarme una simple mortal!!!
Con un movimiento de mi mano aparece mi cuadriga de oro con cuatro caballos negros que respiran fuego, responden a mi ira con furia. No me importa si las personas lo notan por no ser de la época, han pasado 2000 años pero la guerra sigue siendo la guerra y yo soy el Dios del exterminio.
-La buscare desde el Olimpo y la tomare por la fuerza, nadie se burla del gran Ares, hijo de Zeus y Hera-
Subo a la cuadriga y me encamino al palacio del Olimpo, al llegar con algarabía distingo a mi padre con el rayo en la mano, a su lado esta Atenea. Se encuentran en la sala del consejo, desde ahí pueden ver el mundo humano.
-Seguro me vigilan- digo solo para mí mientras me acerco caminando rápidamente  por la pasarela que comunica el corral  al salón, sin decir una palabra me acerco al espejo de agua en el centro. Es el único objeto blanco  en el centro de la sala, parece una especie de fuente por la cual podemos ver el mundo humano e intervenir, ya que desde que se estableció la ley de no ir al mundo humano es el único medio de comunicación.
Con una voz casi imperceptible Zeus le pide a Atenea que nos deje a solas, el percibe mi ira y quiere investigar. Escucho sus pasos tras de mi acercándose,  hasta que se detiene a mi lado, hay unos segundos de silencio que me permiten realizar mi búsqueda.
- ¿Que sucede hijo? ¿Que buscas con tanto ahínco o a quién?- me dice con tono de preocupación.

Al salir percibo que el asqueroso olor humano se dispersa con la brisa, y la noche con la luna llena me ilumina perfectamente. Busco a la mujer y me siento invadido por un sentimiento de desesperación que atraviesa mi cuerpo como un rayo cálido, electrificando mi ser.
-No está- digo en voz alta.
Miro en todas direcciones pero no la veo, la ira me llena, la siento fluir por mi cuerpo.
¡¡¡Como pudo burlarme una simple mortal!!!
Con un movimiento de mi mano aparece mi cuadriga de oro con cuatro caballos negros que respiran fuego, responden a mi ira con furia. No me importa si las personas lo notan por no ser de la época, han pasado 2000 años pero la guerra sigue siendo la guerra y yo soy el Dios del exterminio.
-La buscare desde el Olimpo y la tomare por la fuerza, nadie se burla del gran Ares, hijo de Zeus y Hera-
Subo a la cuadriga y me encamino al palacio del Olimpo, al llegar con algarabía distingo a mi padre con el rayo en la mano, a su lado esta Atenea. Se encuentran en la sala del consejo, desde ahí pueden ver el mundo humano.
-Seguro me vigilan- digo solo para mí mientras me acerco caminando rápidamente  por la pasarela que comunica el corral  al salón, sin decir una palabra me acerco al espejo de agua en el centro. Es el único objeto blanco  en el centro de la sala, parece una especie de fuente por la cual podemos ver el mundo humano e intervenir, ya que desde que se estableció la ley de no ir al mundo humano es el único medio de comunicación.
Con una voz casi imperceptible Zeus le pide a Atenea que nos deje a solas, el percibe mi ira y quiere investigar. Escucho sus pasos tras de mi acercándose,  hasta que se detiene a mi lado, hay unos segundos de silencio que me permiten realizar mi búsqueda.
- ¿Que sucede hijo? ¿Que buscas con tanto ahínco o a quién?- me dice con tono de preocupación.
Siento que la ira me invade cada vez más al no encontrarla, el calor que emana de mi piel es tan fuerte que me quema la ropa. ¡¡¡Mi ropa!!!
Luego tome conciencia de mi error, aún estoy vestido como un mortal, quebrante la ley y no tengo excusa ni  voz para explicarle al gran Zeus porque lo hice.
Por un momento la ira se desvaneció pero luego el recuerdo de esa mortal llego a mi mente y el fuego dentro de mí crecio sin piedad.
Al estar de frente a Zeus después de varios minutos en silencio a sus preguntas. Apretando los puños decido retirarme a mis habitaciones, necesito pensar en cómo la encontrare, ya que mi primer intento fue desafortunado.
Antes de retirarme escucho las palabras que Zeus me dedica apacible sin acercarse
-Ares, has bajado al mundo mortal y has quebrantado la ley decretada por mí, mereces un castigo impuesto por el consejo del Olimpo. Pero eres mi hijo legítimo, el único que reinará en mi ausencia y estoy seguro que las razones que has tenido para ser irreverente no cambiaran ni cesaran con un castigo. Tu ira te ciega y temo que el destino será el que te obligara a abrir los ojos ante la realidad, el mundo no gira alrededor de ti hijo-
Luego se retiró y quede solo, me siento aplastado por las paredes de oro y las palabras de mi padre. Me perturba que Zeus allá bajado la guardia, que ya no sea el petulante que solía ser y sobre todo que acepte que yo tomare su lugar tarde o temprano.
Me retiro a mi habitación, mis pensamientos pasan de las palabras de mi padre al recuerdo de la humana.
Contemplo el amanecer después de una larga noche de pensamientos difusos desde mi habitación, me siento confundido por primera vez en cientos de años. Es absurdo que una humana cause ese efecto en mí.
En la Mañana cuando ha salido el sol completamente, Hermes aparece en mi ventana para decirme que hay una reunión en la sala del concejo. Me coloco el himation para salir (es obligatorio usarlo en estas reuniones). Antes de entrar percibo las voces de los dioses, siempre discutiendo. Me paralizo a mitad del pasillo al escuchar mi nombre, me reclino en una columna y presto atención a lo que dicen.
Escucho difícilmente entre tantas voces, Afrodita me defiende ante las palabras de Atenea que me hunden hasta lo más profundo del océano, Zeus se encuentra en  silencio, Hades quiere aplicar el castigo más severo y Poseidón lo contradice. Al fin entiendo por qué discuten, es más que obvio que les molesta las libertades que me da Zeus. Además Atenea les dijo a todos que fui al mundo mortal ya que no obtuvo resultado con mi padre.
Mi cuerpo siente ira en contra de Atenea pero la controlo. Camino hasta el salón con la frente en alto, al darse cuenta de mi presencia hay un silencio sepulcral. Me encuentro de pie en el centro frente a los tres grandes, por un instante el silencio se mantiene hasta que Atenea se convierte en mi verdugo preguntándome
-¿Has bajado al mundo mortal?- 
Mis pensamientos dan miles de vueltas, la ira me nubla, las dudas me golpean, y sin pensarlo lo suficiente respondo dejándome llevar por lo que siento
-Sí, he bajado al mundo mortal-
En ese momento encuentro la respuesta a mi búsqueda, una escapatoria para deshacerme del problema y hablo con confianza
-He bajado al mundo mortal, no una vez sino muchas, he abusado de mi poder causando guerras y esparciendo peste sin ninguna razón, he yacido con humanas formando hijos semi Dioses, he vestido sus ropas y me he alimentado de sus manjares, en fin he violado las leyes de los Dioses una y otra vez-
Al terminar mis palabras Poseidón se levantó de su asiento y señalándome con ira dijo:
-Crees que por ser hijo de Zeus no serás castigado-
Su rostro incrédulo al escuchar mis palabras lo sentó nuevamente en el altar
-Si seré castigado con la ley de mi padre, estaré condenado a una década sin divinidad ni derechos reales, así como ayuda divina ¿creen que no conozco la ley?-
 Todos estaban atónitos, unos ante mi paciencia otros ante mi irreverencia.

Zeus se levantó de su silla de oro y con señas hizo que todos se retiraran de la sala; cuando todos se fueron y estuvimos a solas me pregunto:
-¿Por qué?- con voz desgastada.
No respondí, solo le miraba a los ojos.
-¿Por qué?- pregunto nuevamente alzando la voz y causando un gran temblor en la tierra.
Cuando se detuvo el temblor tuve la concentración y decisión para pronunciar las palabras:
 -Una humana-
Los ojos azules de Zeus se abrieron de perplejidad, tanto que su frente se arrugo como una tela, para luego soltar una sonora carcajada.  Me sentí molesto ante esta reacción y a la vez confundido.
- ¿Que es tan gracioso?- digo entre dientes
-¿Que es tan gracioso?- repite el Dios padre
-Es gracioso que el gran Ares dios de la guerra, destrucción, y desolación, hijo legítimo de Zeus y la madre tierra, egocéntrico, todo poderoso y además malcriado sucumba ante una simple mortal- dice entre risas tratando de calmar su efusividad dándose palmadas en el pecho.
Mientras que mi cuerpo se quema ante las risas y  sarcasmos, aunque muy en el fondo de mi ser, sé que él tiene razón.