Camino
por las calles, al pasar entre el tumulto de gente no me miran. Soy invisible.
Voy
a mi trabajo y me acerco a mi oficina, mis compañeros, cada uno concentrado en
sus deberes no advierten mi presencia. Soy inexistente.
Al
salir se van de copas o a compartir un rato pero no me invitan o no me esperan.
Soy olvidado.
Llego
a casa y veo a mis padres depositar toda su concentración en quehaceres
domésticos para olvidar los problemas, saludo pero no soy correspondido con
alguna frase o mirada. Estoy solo.
Estoy
en mi habitación, enciendo la televisión y las noticias amarillistas me
muestran protestas en mi país en las que no puedo participar. Soy inútil.
Me
recuesto en mi cama con la luz apagada, luego de unos minutos de intensa
soledad veo la fuerte figura de mi abuelo que al entrar en mi habitación
observa en todas direcciones, sin decir una sola palabra apaga el televisor y
se retira. Soy omitido.
Es
viernes, me miro al espejo con detalle y pienso que estoy vestido algo decente.
Salgo a la calle, en un bar intento acercarme a unas chicas pero no me toman en
cuenta. Soy desdeñado.
Por
la mañana me levanto dispuesto a intentar todo de nuevo, me dirijo al
consultorio de mi doctor el cual no presta atención a lo que digo, intento que
me mire pero esta depositando su
concentración en los pequeños papeles que escribe, los cuales retiro de su
escritorio para verificar los nombres de medicinas que ya no me pueden ayudar
en nada. Soy desatendido.
Al
salir del consultorio me siento en la sala de espera, pienso que hacer o quien
me ayudara en esta travesía de soledad que no parece tener fin.
Saco
mi teléfono celular del bolsillo de mi pantalón verde favorito y envió un
mensaje, la respuesta tarda. Siempre tarda.
Por
un momento pienso que no responderá, pero la vibración del aparato me alerta.
Al abrir el mensaje lo veo algo incrédulo, un “SI” que significa compañía, un
abrazo, conversar por horas. Un sí.
Nos
encontramos al fin, ella me toma del brazo para caminar como de costumbre y al
mirarme nota la tristeza que no podría ocultarle aunque fuera un gran actor, me
pregunta:
-¿Qué sucede?-
Confió
plenamente en ella y le respondo:
-Me he sentido solo últimamente-
La
joven risueña de piel dorada me mira y replica:
-A caso no te tienes a ti mismo. Además siempre
podrás enviarme un mensaje-
Sé
que sus palabras son verdaderas y sonrió como respuesta, me siento visible,
existente, recordado, acompañado, útil, tomado en cuenta y atendido otra vez.
Confirmo que no estoy
muerto.
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